6 Ética de las Finanzas 180718
83 Segunda parte
posible entablar una cooperación justa con ellos, a través por ejemplo del mercado, sin tener más detalles que los que ellos hagan públicos en el mercado mismo. Es así una calidad de las relaciones que necesita pocos datos, muy económica informacionalmente. Ello tiene también su contracara, que algunos psicólogos económicos han notado: la tenden- cia a servirse a uno mismo a través de lo que consideramos justo. Nuestro sentido de la justicia está sesgado en dirección a nuestras personas, primero por las razones informacionales que he- mos mencionado: en una relación de cooperación, nos somos en general mejor conocidos que cualquiera de las contrapartes. Tenemos por tanto más razones y más datos para la empatía. Esto es más así cuando el otro es percibido como poderoso en relación a nosotros. La injusticia supone, en general, el ejercicio de un poder que permite explotar al otro. A veces ese poder se basa en la ignorancia de la contraparte, a veces en su debilidad relativa. Lo cierto es que, cuando alguien poderoso nos ofrece colaboración, podemos temer que esta termine en ex- plotación. Quizás entonces hagamos injusticia “de manera preventiva”mientras somos tempo- ralmente los más fuertes. La tendencia a servirnos a nosotros mismos en materia de justicia se manifiesta como una sensibilidad mucho mayor a la injusticia sufrida por nosotros que a la que podemos hacer, o a la que terceros puedan padecer sin nuestra intervención. La mayor sensibilidad, nacida de fac- tores como el conocimiento más inmediato o las asimetrías de poder, implica un peso distinto para medir el punto de la injusticia: si somos vendedores, un precio demasiado bajo nos pare- cerá injusto; si somos compradores, rara vez. Y, traspasado el umbral de la injusticia, el sesgo se manifiesta como un sentimiento muy diferente si nosotros sufrimos la injusticia, si es otro quien la experimenta, o si nosotros la realizamos. La única manera de hacer frente a este sesgo afectivo es el esfuerzo de la razón. De la justicia se dice a veces que es una virtud fría por ese motivo. Los sentimientos pueden fácilmente des- viarnos de ella, puesto que tenderían a hacernos ver como más relevante lo que ocurre a los cercanos que a los más lejanos, lo que nos hacen a lo que hacemos nosotros, etc. Mantener la justicia exige separarnos de esos ‘sentimientos de proximidad’ para determinar racionalmente los puntos de equilibrio de las relaciones de colaboración. En palabras de Adam Smith, puede exigir convertirnos en “observadores imparciales” de las relaciones que vamos a juzgar, como si nos fueran externas; o, en el procedimiento de John Rawls, tal vez requiera situarnos tras un “velo de ignorancia” que nos impida conocer en qué lugar de la relación quedaremos. Abs- trayéndonos del sitio que vamos a ocupar y de sus relaciones humanas, por importantes que estos datos sean desde el punto de vista sentimental, conservamos la cabeza suficientemente serena para poder pronunciar un juicio sobre la justicia de la relación con pretensión de validez y reconocimiento universal. Ese juicio racional puede ser discutido, pero habrá de serlo tam-
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