6 Ética de las Finanzas 180718

71 Segunda parte

ción verdadera, esa información debe de ser completa, en el sentido de que debe incluir todos los extremos necesarios para una decisión. O al menos tan completa como la que nosotros tengamos, o sea, simétrica. Ningún aspecto puede quedar a la adivinanza de quien va a decidir, si la información correspondiente está disponible para la otra parte. Este punto es tan importante que la ley normalmente lo contempla. Mientras es obvio que dar información falsa constituye una forma de fraude, la información incompleta por asimétrica puede quedar en una zona legal más gris. En el caso de las finanzas, el número de fraudes y estafas basados en dejar al otro engañarse a partir de información verdadera pero incompleta, es tan pernicioso para la participación de los operadores no profesionales en los mercados, que normalmente la información que debe darse (y firmarse como recibida) está establecida por ley. El problema de la completitud de la información nos lleva al de la publicidad y en general el marketing de productos financieros. La publicidad, sea a través de medios masivos, sea perso- nalmente en cada operación de venta, se basa en presentar al potencial cliente los aspectos positivos del producto. Desde antiguo se vende el pescado cantando sus bondades; incluso si solo se dice la verdad, cualquier calidad negativa del producto (que el pescado no sea tan fresco) puede ir incorporada en el precio, pero no lo va en su publicidad. En ese sentido la función de la publicidad y otras técnicas de ventas no es informar sobre el producto sino promocionarlo. En el caso de los bienes y servicios ordinarios, que importan cantidades pequeñas y se com- pran y venden repetidamente, la misma repetición de la operación educa a los compradores sobre la naturaleza del discurso del vendedor. La experiencia personal del producto ocurre en un tiempo inmediato a su compra, y cualquier equivocación puede enmendarse de inmediato, cambiando de proveedor sin muchas consecuencias. Mientras el producto no sea abiertamen- te venenoso, de lo que suele ocuparse el Estado, ya contamos con que el vendedor nos dirá probablemente la verdad pero no toda la verdad sobre él. Es parte del juego, por así decirlo; no la parte más limpia, pero ya la damos por descontada. En el caso de los productos financieros, la situación presenta dos diferencias. Por una parte, sa- bremos si el producto es bueno o malo básicamente cuando llegue a su madurez, tal vez en un futuro remoto respecto a la decisión de comprarlo. Cuanto más lejos, obviamente más incierto, así que la veracidad de la publicidad con que se vende puede ser difícil de establecer. Por otra parte, si el producto resulta ser malo en verdad puede acabar con perspectivas de futuro muy importantes tanto de personas (por ejemplo, fondos de jubilaciones) como de em- presas y otras organizaciones, incluido el Estado mismo. El aprendizaje no solo es remoto, sino que también puede resultar inútil si como consecuencia de una operación desafortunada que- damos en la ruina. En la crisis de 2007 se ha usado la palabra ‘tóxico’, tomada del lenguaje sobre

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