6 Ética de las Finanzas 180718

59 Primera parte

Este podría ser un problema moral personal, propio de quien hizo unas determinadas opciones sobre para qué y cuánto de su ingreso consumir. En muchos casos hay un componente de eso, sin duda, porque la variación al respecto es muy grande, mucho mayor que entre los objetivos de las empresas a que nos referíamos antes. Sin embargo, hay también un componente más general, que podemos llamar cultural. El ca- pitalismo tardío se caracteriza por economías guiadas por la demanda, en las que se gastan cantidades ingentes en estimular esa demanda y motivar a las familias al consumo. El marke- ting se ha vuelto una función principal de toda empresa que se dirige al público para vender. Es inevitable pensar que el dinero del marketing no se gasta en vano. Si desde el punto de vista de cada empresa puede ayudar a situarla mejor frente a sus competidores, desde el punto de vista agregado de todas las empresas, incrementa la propensión a consumir de las familias. Al fin, se trata de aumentar las ventas. La modernidad económica, entonces, actúa tanto por el lado de las empresas como por el de las familias en el sentido de crear un punto de partida cultural problemático moralmente, que consiste en situar a bienes económicos, y al dinero como símbolo de todos ellos, en el sitio del bien que se busca por sí mismo. Por supuesto, tanto empresas como familias pueden separarse de ello después de cierta reflexión crítica, y adoptar posiciones éticas diferentes. Pero el tono general de la cultura sigue marcado por la maximización del beneficio de las empresas y el consumo hasta el endeudamiento de las familias, lo que antiguos y medievales considerarían enfermedades morales. Con la peculiaridad de que en la modernidad se nos ha querido con- vencer además de que esa es la forma más eficiente de orden social. La inestabilidad económi- ca, social y ecológica del sistema resultante nos muestra que seguramente ello no sea así, que quizás en el camino se hayan roto algunos equilibrios básicos. La idea contraria, que la mayor parte de los pensadores antiguos firmaría, va en la dirección de la llamada ‘paradoja de Easterlin’. La Microeconomía neoclásica hace consistir la felicidad en el grado de utilidad alcanzado por cada consumidor. Este es más o menos proporcional al presupuesto de cada uno, porque con ese presupuesto se compran los muy variados bienes y servicios que producen utilidad. A más presupuesto, un nivel superior de utilidad. Sin embargo, paradójicamente, las encuestas muestran de manera consistente que la correlación entre in- greso y felicidad funciona para niveles de ingreso relativamente bajos, hasta que se cubren con seguridad los bienes básicos, pero luego se invierte, y rentas superiores no producen niveles su- periores de felicidad sino un lento decrecimiento de esta cuanto más sube la renta disponible. El punto puede analizarse teóricamente para llegar a la conclusión de que la felicidad no depen- de tanto del dinero que se tenga, como de la calidad de las relaciones personales y sociales que se entablan. Según habíamos visto, donde una relación comunitaria o ciudadana es sustituida

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