6 Ética de las Finanzas 180718
57 Primera parte
La situación cambia si, en vez de proponernos algo constructivo en sí mismo, nuestro proyecto estriba únicamente en poseer dinero. Se trata de una ambición que no puede ser satisfecha, una dinámica por la que el dinero genera dinero, sin más horizonte. El adinerado clásico hace ostensión de su disponibilidad de recursos, de manera que el poder que le otorga (el poder de suscitar una colaboración) sea reconocido por los otros. Ese reconocimiento es, además, competitivo. Ya no depende de tener recursos, ni siquiera de tener los recursos necesarios para llevar adelante los propios proyectos, sino de tener más recursos que el otro para ser reconoci- do como más poderoso que él. Otros autores clásicos se referían a la avaricia, una forma diferente de querer el dinero o las riquezas por sí mismas hasta el punto de que cualquier pago o transferencia es sentida como una pérdida del yo. Algunos psicoanalistas la han identificado por ello como una fijación del sujeto en su “fase anal”. El avaro clásico puede vivir miserablemente aunque tenga mucho di- nero porque atesora, no gasta. Al contrario que el ambicioso, el avaro oculta lo que tiene, a fin de que nadie se lo pida. El dinero pierde así su función de posibilitador de proyectos humanos, para volverse una especie de fetiche del yo. Es un potencial perpetuamente sin realizar. En el fondo de cualquiera de estas dos figuras, opera el haber colocado al dinero como fin últi- mo de la vida, por sí mismo (el avaro) o por lo que es capaz de suscitar en otros (el ambicioso). Esta es, sin embargo, una posición insostenible para el dinero, que no es capaz de dar respuesta a la cuestión de la muerte, la cual, en último término, amenaza con el absurdo a toda persona y a sus proyectos. El dinero no puede asegurar el yo. Aquel para quien el dinero es la finalidad última de su vida encuentra que todavía es vulnerable a la enfermedad y la muerte; de hecho, más vulnerable, porque nada le ha preparado para ese caso, sino que ha organizado la vida entera para ganar dinero. Cabría preguntarse si la ambición no es algo más que una enfermedad moral de la persona, y se ha vuelto una enfermedad de la cultura en la sociedad moderna, que afecta también, quizás principalmente, a las organizaciones. Cuando decimos una “enfermedad de la cultura” nos refe- rimos a lo que la gente piensa y la manera en que actúa espontáneamente, si no se toma la mo- lestia de adoptar una postura propia, reflexionada, lo que podríamos llamar una postura ética. Es indudable que existe el pluralismo moral y que una buena parte de él depende de personas que se separan de la educación y los valores que han recibido, y adoptan otros que les con- vencen más, les convienen más, les emocionan más, les integran mejor en cierto grupo, etc. Podríamos decir que incluso hay “creadores morales”, aquellos que dan respuestas originales a viejas preguntas: Moisés, Buda, Sócrates, Jesús, Muhammed o Kant, son ejemplos claros. Pero hay también una cantidad grande de personas que piensan y actúan siguiendo lo que les en- señó su grupo de referencia sin someterlo nunca a examen crítico. La forma de pensar y actuar
Made with FlippingBook - Online catalogs