6 Ética de las Finanzas 180718

217 Tercera parte

Sin duda, unos altos niveles de exigencia ética y de transparencia hacen la regulación y la super- visión menos necesarias. Pero dado que siempre puede haber “aprovechados”, o “iluminados”, estaremos todos más tranquilos si las autoridades públicas realizan con esmero esas tareas. El problema es que, llevadas las cosas hasta el extremo, podemos caer en la tentación de regularlo y supervisarlo todo, creando una presión agobiante y desincentivadora sobre los agentes que además entorpezca mucho los mercados, a la vez que resulte un peso inasumible por su propio coste. Como dice el proverbio: lo mejor es enemigo de lo bueno; o aquel otro: inmedio stat virtus . Sin duda la ética tiene bastante que decir respecto a la necesidad y el trabajo de reguladores y supervisores del sistema financiero, por lo que en el siguiente punto nos plantearemos el sis- tema existente en España, para ver a continuación algunas dificultades que presenta su puesta en práctica. Quienes son reacios a la regulación pública del sistema financiero (los economistas más libe- rales) argumentan que, con menos regulación, los mercados asignan más eficientemente los recursos a la vez que tienden a la autorregulación, y así se evitan gastos innecesarios de super- visión. Entre los defensores de esta postura, es frecuente sostener que estructuras muy pesadas en las administraciones públicas (donde se incluyen reguladores y supervisores) dan lugar a mayores niveles de comportamientos inadecuados y faltos de ética entre sus funcionarios. Y no cabe duda de que algo de esto también puede suceder, como veremos más adelante. Si la autorregulación bastara en el sistema bancario, todas aquellas entidades con problemas financieros graves deberían quebrar; el Estado no tendría por qué rescatarlas, y este mecanis- mo haría que los riesgos asumidos por la entidad fuesen responsabilidad de sus accionistas y directivos. Pero la teoría de la autorregulación de los mercados y de que estos son capaces de controlar el comportamiento de los agentes (premiando a los que actúan correctamente y cas- tigando a los que no lo hacen), ha sufrido un duro revés con la crisis de 2007, al comprobarse que directivos de grandes bancos o compañías de seguros incurrieron en riesgos desmedidos en los años anteriores, mientras el mercado parecía no enterarse. Si queremos un sistema financiero al servicio del desarrollo económico, son precisos los dos elementos: los mercados como evaluadores positivos de las actuaciones que crean riqueza (aumentando el valor de las acciones de las empresas que lo hacen bien, y las retribuciones de los más valiosos); y la supervisión pública para prevenir comportamientos de riesgo elevado, no prudencial, como los que acabamos de mencionar, o castigarlos si ocurren. 16.2. LA REGULACIÓN DEL SISTEMA FINANCIERO

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