6 Ética de las Finanzas 180718
119 Segunda parte
tífico’. Los campos de exterminio de los que había huido su familia, podrían haber sido montados perfectamente en la costa este de Estados Unidos. Ya no procedió con el experimento en Alemania.
El experimento de Milgram muestra hasta qué punto personas perfectamente sanas desde el punto de vista psicológico son capaces, sin embargo, de hacer monstruosidades morales como matar a un inocente con electricidad, si se sitúan bajo el mando de una figura de autoridad que bendice la operación. También muestra que esta no es una reacción necesaria, mecánica por así decirlo, puesto que hubo casi una mitad de los ‘profesores’ que en un cierto punto del experimento se negaron a proseguir. Como en tantas cosas humanas, tenemos aquí una tendencia innata a la ‘obediencia debida’ que puede llevar a ponernos bajo la autoridad de otro y seguir sus órdenes; y al mismo tiempo, tenemos también la libertad moral que nos permite relativizar esa autoridad, cuestionar sus conclusiones, y eventualmente separarnos de ella y desobedecerla. El paralelo con la situación del empleado en la empresa y respecto a su jefe, es inmediato. La misma tensión entre ajustarnos al protocolo de la organización y las indicaciones del supervi- sor, por una parte, y los dictados de la propia conciencia moral o del deber profesional, por otra, puede presentarse en la empresa. Una resolución demasiado rápida a favor de la compañía puede acabar haciendo de nosotros meros instrumentos inertes de finalidades ajenas, una rue- da en un mecanismo destinado a que otros ganen dinero. Un poco posterior es el experimento a que nos referimos ahora, llevado a cabo por Philip Zim- bardo. Este profesor pidió un espacio en un sótano de la universidad de Stanford y lo convirtió en una cárcel simulada. Como prisioneros y como guardianes de esa cárcel tomó estudiantes voluntarios de la universidad, que fueron asignados a uno u otro rol por sorteo. El proceso de detención y prisión fue llevado a cabo con el mayor realismo posible, y después se dejó a los ‘guardianes’ y a los ‘presos’ interactuar libremente. A pesar de que en este caso ambos grupos sabían que eran parte de un experimento con reglas transparentes, lo cierto es que pronto los ‘guardianes’ empezaron a actuar espontáneamente como verdaderos guardianes de una prisión, y los ‘presos’ como verdaderos presos, desarro- llando las mismas acciones y actitudes que podían ser vistas en las prisiones reales, incluyendo abusos de todo género. THE STANFORD PRISON EXPERIMENT (1971)
Zimbardo concluyó que el comportamiento diferenciado de los estudiantes ‘guardianes’ y ‘pre- sos’, originalmente elegidos por sorteo entre unos voluntarios sustancialmente homogéneos,
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