6 Ética de las Finanzas 180718
41 Primera parte
materias primas, trabajo, energía, bienes de capital, bienes intermedios, productos finales… y también el dinero mismo, en la cadena que hemos notado.
La operación financiera podrá ser de inversión (para producir más dinero), de consumo (para nuestra utilidad, pero sin fines monetarios) o una combinación de ambas (como a veces ocurre en el mercado inmobiliario, cuando se habita una casa al mismo tiempo que se la “engorda”). Al obtener financiamiento para ella nos proponemos realizarla, en parte al menos, con los ahorros de otros, a quienes pagamos una rentabilidad y vinculamos a un riesgo, el de impago nuestro. Ese riesgo deriva en parte de que la operación puede salir mal. Tener acceso a capitales de otros aumenta pues lo que podemos hacer, nos vuelve más po- tentes. Nuestras ideas cuentan con los ahorros ajenos, además de los propios, para realizarse: adquieren otra potencia, que a veces se llama “apalancamiento”, usando el término físico para mover una gran masa (el dinero de otros) apoyándonos en una pequeña (los ahorros propios y de nuestros socios). Esa movilidad, en las personas, el tiempo y el espacio, de los ahorros hacia las ideas es precisamente lo que habíamos descrito como la función social microeconómica de las finanzas, que consiste en último término en proveer fondos para hacer viables ideas que en otro caso no lo serían. Como toda operación humana que consiste en hacer algo viable, la calificación moral que las finanzas nos merezcan depende tanto del contenido de la acción que es posible gracias a no- sotros, como de la forma en que ayudemos a que ocurra. En materia de contenido, el criterio de discernimiento es fácil: una acción positiva o neutra desde el punto de vista ético puede ser fi- nanciada; una acción negativa no debe serlo. Como se ve, esta es una definición independiente del criterio de moralidad que utilicemos para determinar la bondad, indiferencia o maldad. Sea cual sea ese criterio, lo cierto es que al financiar la acción nos asociamos a ella y la hacemos par- cialmente nuestra. Nosotros no seremos su protagonista, quien la realiza, pero sí somos quien la hace posible y quien participa en sus beneficios por la vía de los intereses o de la remuneración prevista al dinero, comoquiera que ocurra. Prestamos un dinero, corremos un riesgo contenido en la acción y/o en su realizador, recibimos unos intereses… no somos ajenos pues a lo que ocurre, ni en la parte activa (nuestra decisión es precisa para que la acción sea posible) ni en la pasiva (recibimos parcialmente sus beneficios y sus perjuicios). Esta responsabilización moral por el contenido se diluye, obviamente, en la medida en que ca- pas intermedias van introduciendo elementos de desconocimiento entre mi persona y el uso del dinero y van colocando las decisiones correspondientes en otras manos. Yo deposito mis ahorros en el banco, pero puedo no saber qué financia el banco con ellos (saberlo es justamen- te una característica diferencial de la “banca ética”). El empleado bancario que toma la decisión de colocar mis ahorros sí lo sabe, sin embargo; entre otras cosas porque su bono a fin de año
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