6 Ética de las Finanzas 180718
157 Tercera parte
das” por el Estado al quedarse con una cifra muy baja, o incluso negativa, de fondos propios. La cuestión es que en este tipo de valoraciones es siempre muy importante ser prudentes, dando un valor a los activos del que tengamos cierta garantía que de esa cifra no va a bajar, para que a partir de ahí la entidad financiera busque los recursos necesarios para garantizar su solvencia. Pero eso no quiere decir que ese sea el verdadero valor de la entidad; siempre puede suceder que pasados unos años, superada la crisis, esos activos recuperen una parte de su valor. Por eso no podemos decir que una entidad que “contablemente vale cero”, valga realmente cero. Pensemos en otro ejemplo: la contabilización, como activo intangible, del prestigio de una gran firma de consultoría estratégica. En algunos casos está permitida dicha contabilización (cuando se ha adquirido la firma, aparecerá como Fondo de Comercio). Para algunos esto es lo correcto, pues el prestigio es un activo que produce resultados, igual que los edificios o las aplicaciones informáticas, y tal razonamiento es perfectamente defendible. Pero en caso de quiebra por una caída espectacular de la clientela debida a una crisis, el prestigio no vale nada (¿qué prestigio va a tener una consultora que no ha sido capaz de hacerse viable a sí misma?). ¿No serían defraudados los acreedores que habían prestado a una empresa con grandes acti- vos y ahora ven que no vale nada? Vemos que la contabilización de los “intangibles” es discutible, y diferentes normas contables dan soluciones distintas (¿debe amortizarse o deteriorarse el Fondo de Comercio?). Para re- flexionar sobre esto, y lo que sigue, puede acudirse al trabajo de Leire Alcañiz y Fernando Gó- mez-Bezares (2013). Acabamos de mencionar que las mismas operaciones, según diferentes normativas contables, se contabilizan de forma diferente, y esto no es baladí, pues puede dar lugar a estados contables notablemente distintos según qué normativa se aplique. Si se aplica una valoración más conser- vadora, esto, en principio, da mayores garantías a los acreedores, pues la empresa tiene menor margen para endeudarse; pero tal valoración puede alejarnos del verdadero valor de los activos. En definitiva: las valoraciones que da la contabilidad, y en general toda la operativa conta- ble, son objeto de discusión y de posturas diferentes, muchas perfectamente defendibles. En ocasiones puede parecer más adecuada una solución, en ocasiones otra, dependiendo de la coyuntura, del usuario de la información, etc. Y no es raro que, en función de intereses particu- lares, pueda apoyarse una determinada forma de hacer. Por eso es importante que haya una normativa clara, que todos apliquen de forma unívoca (Amat, 2010), y que todos los usuarios entiendan de la misma manera la información que nos aportan los estados contables.
Todo lo anterior nos lleva a una idea que creemos fundamental: dado que la contabilidad sirve a muchos colectivos, legítimamente interesados, debe cubrir situaciones muy variadas, y se
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